Por Juan Carlos Lozano*
Indudablemente el 19 de septiembre de 2017 quedó en la memoria de todos los mexicanos. La Tierra nos sorprendió con un movimiento que ocasionó que todos quedáramos perplejos ante la magnitud de los hechos. El terremoto, de manera inimaginable, sucedió el mismo día, 32 años después del famoso 19 de septiembre de 1985, lo que influyó en que los sobrevivientes de aquel hecho experimentaran una clase de déja vu, manifestándose en llanto, crisis nerviosas, pero sobretodo, en un ímpetu de ayuda incalculable.
A consecuencia del sismo y de acuerdo con cifras oficiales, 369 personas fallecieron. La Ciudad de México fue la más afectada con 228 víctimas; números que logran estremecer a cualquiera, incluso a un año de la tragedia. Al día de hoy se ha atendido e indemnizado al 60% de los afectados; desafortunadamente aún hay personas viviendo en la calle, luchando por rehacer su vida.
Pero, como lo ha demostrado la historia, dentro de cada tragedia se dan implícitos actos de bondad; quiero resaltar que los esfuerzos de relacionamiento surgieron de manera espontánea desde los primeros minutos; ante las miles y miles de personas dañadas, muchas se organizaron, se coordinaron y se unieron rápidamente sin conocerse, sin hacer diferencias. El relacionamiento consiste en la capacidad para crear, mantener y expandir la propia red de contactos con base en relaciones de valor y confianza; en lograr un beneficio para el otro. La unión en el sismo fue el mejor ejemplo de la ayuda desinteresada que México es capaz de brindar, a los ojos de todos, el país era uno mismo, luchando contra la desgracia.
La lección que nos deja esta lamentable experiencia es que el relacionamiento y la colaboración con conocidos, e incluso con extraños, cierra brechas y abre puertas; seguir luchando por quienes más lo necesitan es una labor que no podemos dejar de lado, finalmente es lo que nos da un valor especial a los seres humanos.
* Juan Carlos Lozano es director general de la empresa Creatividad / @jlozano_creati